“Yo soy indígena, yo soy kumiai yo soy indígena de Nejí”.
Así se presentaba mi hijo Óscar Eyraud Adams donde fuese, pues nunca se avergonzó de sus orígenes. Mi mamá hablaba poco español y él fue aprendiendo su idioma para hablar con ella.
Él siempre quiso vivir acá en el rancho, para estar con su comunidad. Acá respiras aire puro, sin contaminación ni nada. Se fue como a los dos años, pero regresó para quedarse cuando tenía ocho o nueve.
De niño era muy inteligente y tenía mucha disposición para ayudar a su comunidad. “Acá vamos a sembrar, cosechar para agrandar la casa. Acá vamos a salir adelante, mamá”, me decía. Cuando se vino para acá a vivir se dio cuenta de la sequía, pus sembraba y no alcanzaba a levantar su cosecha por la falta de agua.
Ahí fue que empezó a luchar por el agua y el territorio kumiai. “Sin agua no podemos hacer nada”, me decía. Y la gente lo apoyaba, porque confiaba en él. A veces le pedíamos participar en nuestras asambleas que nos representara. Las personas lo buscaban para pedirle consejos y hacer proyectos con él. Él era un líder, un consejero y un maestro para la comunidad.
Yo nunca supe de dónde sacaba tantas ideas. Él estudió para ser ingeniero, pero aún así citaba artículos de ley, citaba a la constitución. Leía mucho para aconsejarnos. En una ocasión nos defendió de un abogado que llegó a la comunidad para ofrecernos un proyecto que lucraría a costa de nuestra tierra. “La gente de afuera no puede venir a mandarnos acá adentro, no acá. Yo me voy a defender, porque a mí nadie me va a decir qué debemos hacer en nuestra casa”, me decía.
Acá no ha llovido mucho en los últimos años. Eso ha dejado nuestros pozos de agua casi vacíos. Además, tenemos que pedir permiso a las autoridades para cavar nuevos, y raramente nos dan este derecho. La visión de Óscar era que toda la comunidad tuviera acceso al agua, pero debió presenciar repetidas invasiones de personas ajenas al territorio kumiai.
“Las grandes compañías tienen acceso al agua mucho más fácil. Esto no es justo – necesitamos el agua para sobrevivir”, decía, y animaba a otras personas a demandar acceso a los pozos. “Si se juntan, y se organizan, no hay forma de que puedan vencernos”.
Las autoridades incluso nos amenazaron con quitarnos los permisos que habían otorgado para que accediéramos a los pozos. Hasta el día de hoy, aún luchamos para conseguirlos. Nuestras fuentes de agua están secas.
Óscar se iba a Mexicali, se reunía con otras personas defensoras y autoridades, para devolvernos los permisos. También invitó a otras personas, periodistas y activistas a que vinieran a ver cómo estaba nuestro territorio sin agua. Yo siempre me pregunto cómo hiciste, hijo, para estar en tantas partes, dónde conociste a toda esta gente para seguir adelante con tus ideales.
Con todas las luchas que dio, yo siempre tenía miedo de que le hicieran daño. Mi mente no lograba imaginar que lo iban a matar, pero pensaba que podrían agarrarlo, pegarle. Nunca hasta donde llegaron.
Óscar Eyraud, mi hijo, fue asesinado en Tecate el 24 de septiembre de 2020. Solo tenía 34 años. Cuando lo mataron él no se defendió, porque no tenía con qué hacerlo.
Hasta hoy, su alma sigue viajando para descansar. Mi obligación era traerlo de vuelta, para que descansara en su casa y junto con su comunidad. Acá, en su comunidad, podrá terminar su recorrido.
A pesar de que no está, la gente habla muy bonito de él. Mucha gente dice: “Ojalá que sigan los pasos del activista kumiai” y me siento orgullosa de que haya hecho tantas cosas, y de que haya dejado un gran ejemplo. Mi hijo era una persona humilde, de buen corazón.
También me siento triste, porque él ya no está y tenía tanto para aportar. Por ejemplo, estaba pensando en poner una escuela bilingüe, que fuera en español y en kumiai, para enseñar a la niñez a defender el medioambiente.
Espero que, desde donde esté, ponga a la persona que luche por lo que él no pudo, pero también me pregunto: ¿Habrá alguna persona tan valiente? Solo espero que alguien siga sus pasos, para que nuestra comunidad sobreviva y tenga acceso al agua en el futuro.
De niño era muy inteligente y tenía mucha disposición para ayudar a su comunidad. “Acá vamos a sembrar, cosechar para agrandar la casa. Acá vamos a salir adelante, mamá”, me decía. Cuando se vino para acá a vivir se dio cuenta de la sequía, pus sembraba y no alcanzaba a levantar su cosecha por la falta de agua.
Ahí fue que empezó a luchar por el agua y el territorio kumiai. “Sin agua no podemos hacer nada”, me decía. Y la gente lo apoyaba, porque confiaba en él. A veces le pedíamos participar en nuestras asambleas que nos representara. Las personas lo buscaban para pedirle consejos y hacer proyectos con él. Él era un líder, un consejero y un maestro para la comunidad.
Yo nunca supe de dónde sacaba tantas ideas. Él estudió para ser ingeniero, pero aún así citaba artículos de ley, citaba a la constitución. Leía mucho para aconsejarnos. En una ocasión nos defendió de un abogado que llegó a la comunidad para ofrecernos un proyecto que lucraría a costa de nuestra tierra. “La gente de afuera no puede venir a mandarnos acá adentro, no acá. Yo me voy a defender, porque a mí nadie me va a decir qué debemos hacer en nuestra casa”, me decía.
Acá no ha llovido mucho en los últimos años. Eso ha dejado nuestros pozos de agua casi vacíos. Además, tenemos que pedir permiso a las autoridades para cavar nuevos, y raramente nos dan este derecho. La visión de Óscar era que toda la comunidad tuviera acceso al agua, pero debió presenciar repetidas invasiones de personas ajenas al territorio kumiai.
“Las grandes compañías tienen acceso al agua mucho más fácil. Esto no es justo – necesitamos el agua para sobrevivir”, decía, y animaba a otras personas a demandar acceso a los pozos. “Si se juntan, y se organizan, no hay forma de que puedan vencernos”.
Las autoridades incluso nos amenazaron con quitarnos los permisos que habían otorgado para que accediéramos a los pozos. Hasta el día de hoy, aún luchamos para conseguirlos. Nuestras fuentes de agua están secas.
Óscar se iba a Mexicali, se reunía con otras personas defensoras y autoridades, para devolvernos los permisos. También invitó a otras personas, periodistas y activistas a que vinieran a ver cómo estaba nuestro territorio sin agua. Yo siempre me pregunto cómo hiciste, hijo, para estar en tantas partes, dónde conociste a toda esta gente para seguir adelante con tus ideales.
Con todas las luchas que dio, yo siempre tenía miedo de que le hicieran daño. Mi mente no lograba imaginar que lo iban a matar, pero pensaba que podrían agarrarlo, pegarle. Nunca hasta donde llegaron.
Óscar Eyraud, mi hijo, fue asesinado en Tecate el 24 de septiembre de 2020. Solo tenía 34 años. Cuando lo mataron él no se defendió, porque no tenía con qué hacerlo.
Hasta hoy, su alma sigue viajando para descansar. Mi obligación era traerlo de vuelta, para que descansara en su casa y junto con su comunidad. Acá, en su comunidad, podrá terminar su recorrido.
A pesar de que no está, la gente habla muy bonito de él. Mucha gente dice: “Ojalá que sigan los pasos del activista kumiai” y me siento orgullosa de que haya hecho tantas cosas, y de que haya dejado un gran ejemplo. Mi hijo era una persona humilde, de buen corazón.
También me siento triste, porque él ya no está y tenía tanto para aportar. Por ejemplo, estaba pensando en poner una escuela bilingüe, que fuera en español y en kumiai, para enseñar a la niñez a defender el medioambiente.
Espero que, desde donde esté, ponga a la persona que luche por lo que él no pudo, pero también me pregunto: ¿Habrá alguna persona tan valiente? Solo espero que alguien siga sus pasos, para que nuestra comunidad sobreviva y tenga acceso al agua en el futuro.
Él estaba haciendo su trabajo, no tenían por qué arrebatarle la vida de esa manera. Yo quiero justicia para él, y quiero que sea pronto, antes de que asesinen a alguien más.
Autor
-
Norma Adams